Existen varios tipos de dientes, según el hueso sobre el que se implanten: maxilares, pterigoideos, palatinos, dentarios y premaxilares.
Los dientes maxilares son los más variados y los únicos que pueden
estar asociados a glándulas venenosas; se pueden distinguir cuatro tipos
principales:
- Aglifos.
Son dientes macizos, prensiles, curvados hacia atrás para sujetar la
presa y no están diseñados para inocular veneno. Es el caso de muchos colúbridos, boidos y pitónidos. En general son serpientes inofensivas para el hombre, con excepción de las grandes constrictoras (pitones, anacondas).
- Opistoglifos.
Son dientes acanalados situados en la parte posterior de la mandíbula
y conectados con glándulas de veneno, constituyendo un sistema de
inoculación primitivo. Dado que para inyectar el veneno debe morder con
la parte posterior de la boca, normalmente son poco peligrosas para el
hombre. Este es el caso de la culebra bastarda (Malpolon monspessulanus). No obstante, las especies de gran tamaño pueden producir graves mordeduras e incluso la muerte, como Dispholidus typus, del África subsahariana.
- Proteroglifos.
Son dientes pequeños y fijos situados en la parte delantera de la boca, con un canal más o menos cerrado. Las cobras y las mambas poseen estos dientes. Algunas especies, como la cobra escupidora (Naja nigricollis), los tienen modificados para escupir el veneno a más de cuatro metros de distancia.
- Solenoglifos.
Se trata de dos largos colmillos móviles en parte anterior de la
mandíbula; son huecos con un canal interior cerrado y conectado con
glándulas venenosas. Los colmillos se pliegan sobre el paladar superior
cuando el animal cierra la boca y se enderezan rápidamente cuando la
abre. Es el sistema de inoculación más eficaz. Este tipo de dentición es
característico de los vipéridos.
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